Intermediate Spanish Stories

E76 La Tragica Historia de Omayra Sanchez

InterSpanish Season 5 Episode 76

Omayra Sánchez was a 13-year-old girl who was tragically trapped for almost three days under the debris of her home after the 1985 eruption of the Nevado del Ruiz volcano in Colombia. Despite rescue efforts and media coverage, her legs were hopelessly pinned, and rescue workers could not reach her with the necessary equipment to free her without amputating her legs. 

After approximately 60 hours, she died from complications, likely a heart attack, gangrene, or hypothermia.

Her story became a global symbol of the disaster and the failures in the official response, and a photo of her by Frank Fournier won the World Press Photo of the Year in 1986. 

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LA TRAGICA HISTORIA DE OMAYRA SANCHEZ 

 

Hace 40 años, durante la noche del 13 de noviembre de 1985, la tierra rugió en el corazón de Colombia. El Nevado del Ruiz, dormido por más de un siglo, despertó una furia, desatando una avalancha de fuego, lodo y muerte que arrasó con la ciudad de Armero.

Entre los escombros, en medio del barro y el frío, una niña de trece años luchaba por su vida, atrapada hasta la cintura, con el agua helada subiendo poco a poco. Y durante casi tres días, su rostro fue el espejo del dolor y la esperanza de un país entero. Mientras el mundo la observaba en directo, la niña habló, sonrió y rezó, aferrándose a la vida con una valentía que conmovió incluso a los más endurecidos corazones. Pero su rescate nunca llegó a tiempo. Su muerte, transmitida a millones de espectadores, se convirtió en una herida abierta en la conciencia de la humanidad, un símbolo trágico de la negligencia y el abandono que marcaron para siempre la historia de Colombia. Esta es la trágica historia de Omayra Sánchez.

Armero es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Tolima, Colombia, un lugar hermoso ubicado en un amplio valle formado por ríos que toman sus aguas de las cimas nevadas del volcán Nevado del Ruiz. 

El volcán Nevado del Ruiz es uno de los volcanes activos del cinturón volcánico de los Andes, y  es un tipo de volcán cónico y de gran altura compuesto por muchas capas de lava que se alternan con ceniza volcánica endurecida y otros piroclastos

El volcán Nevado del Ruiz es uno de los más activos de Sudamérica, y sus erupciones tienen un alto índice de explosividad volcánica.  Estas erupciones frecuentemente generan masivos flujos de lodo y escombros, los cuales representan una grave amenaza para la vida humana y el medio ambiente en los valles circundantes. 

En los meses previos a la eventual catástrofe, el Nevado del Ruiz había estado emitiendo potentes señales sísmicas que indicaban actividad en su interior. Los temblores llegaban hasta la ciudad de Armero, situada a 30 millas del volcán, y habían estado causando una creciente preocupación entre los residentes.

Si bien alarmó a los ciudadanos, pero, poco podían hacer para prepararse para una erupción, y es poco probable que supieran cuán desastrosa sería una posible erupción.

 

La noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz hizo erupción, provocando la tragedia de Armero.

Tras más de un siglo de inactividad desde 1845, la erupción tomó por sorpresa a los poblados cercanos, a pesar de advertencias realizadas por parte de múltiples organismos vulcanológicos, los cuales habían reportado indicios de actividad volcánica desde diciembre de 1984. 

Los flujos piroclásticos fundieron parte de su glaciar, lo que a su vez generó grandes lahares, flujos de lodo, agua, ceniza volcánica, fragmentos de roca y escombros, que descendieron a gran velocidad por las laderas.

Alrededor de las 9:00 p.m., la avalancha de lodo impactó la ciudad de Armero, provocando un caos total, destruyendo prácticamente todo lo que se interponía en su camino y sepultando completamente el pequeño poblado, causando la muerte a miles de personas y dejando decenas de miles de damnificados.

Por la noche, poco antes de las 11:30 p. m., el suministro de energía eléctrica fue suspendido de repente luego de que el primer lahar destruyera la subestación eléctrica del municipio. Minutos después, una enorme corriente de agua se extendió por Armero, lo suficientemente poderosa como para volcar automóviles y arrastrar personas. 

Quienes se salvaron del desastre quedaron atrapados en la dantesca escena, rodeados de lodo, escombros y los restos de las víctimas del alud. Al menos 25.000 personas perdieron la vida, lo que representó una gran parte de la población de Armero.

Los esfuerzos de rescate fueron obstaculizados por el lodo, que hacía casi imposible el moverse sin hundirse o quedar atrapado. Para el momento en el que los rescatistas alcanzaron Armero, doce horas después de la erupción, muchas de las víctimas con heridas graves ya habían muerto.

Entre los miles de habitantes de Armero que fueron sorprendidos por el violento lahar, se encontraba Omayra Sánchez, una niña de apenas trece años. La corriente de lodo y escombros, cargada de piedras, árboles y fragmentos de casas, golpeó con fuerza su hogar, haciéndolo colapsar en cuestión de segundos. En medio del caos, el techo y las paredes se vinieron abajo, sepultándola hasta el pecho en el agua fangosa. El aire estaba impregnado de ceniza, el barro subía lentamente, y la oscuridad apenas era rota por los gritos de auxilio y los destellos de las linternas.

Durante un tiempo que pareció eterno, Omayra permaneció sola, atrapada entre los restos de su casa, con el agua turbia golpeándole el rostro y el lodo intentando arrastrarla más abajo. Su voz débil pedía ayuda, perdida entre los sonidos del desastre. Finalmente, durante la madrugada siguiente a la erupción, los equipos de rescate la encontraron atrapada entre los restos de su casa. Este sería el principio de una de las escenas más desgarradoras de toda la tragedia de Armero.

Los rescatistas, desesperados por salvar a la niña, intentaron en un principio sacar a Omayra del agua con sogas y sus propias manos. Sin embargo, pronto comprendieron la gravedad de su situación. Sus piernas estaban dobladas, casi en posición de rodillas, y firmemente aprisionadas bajo los restos de su hogar: fragmentos de ladrillo, cemento y vigas de madera que habían caído sobre ella con el derrumbe. Cada intento de tirar hacia arriba la hacía gritar de dolor, y el agua fangosa que la rodeaba subía peligrosamente con cada movimiento, llenando el hueco que se formaba al mover los escombros.

Los socorristas entendieron que, al seguir tirando, el agua desplazada por el lodo podía cubrirla por completo, provocando su ahogamiento. La única alternativa era realizar una amputación de emergencia, un procedimiento que habría sido extremadamente doloroso y casi con certeza fatal en las condiciones en las que se encontraba. Omayra llevaba más de un día sumergida en agua helada, agotada, débil y con signos evidentes de hipotermia.

El pueblo de Armero, alguna vez próspero, se había convertido en un mar de lodo y ruinas. Los recursos eran prácticamente inexistentes: no había electricidad, ni quirófanos, ni instrumentos adecuados para una cirugía. Aunque algunos equipos de rescate tenían herramientas rudimentarias, no existía un hospital cercano ni medios para trasladarla. Los médicos que llegaron a la zona, impotentes ante la situación, reconocieron que amputarle las piernas solo aceleraría su muerte. Con el corazón roto, concluyeron que lo más humano que podían hacer era acompañarla hasta el final, procurando que no estuviera sola.  

Desde entonces, los voluntarios y vecinos supervivientes se turnaron para hacerle compañía. Le daban dulces, agua y refrescos, intentando mantenerla tranquila. Omayra, con una serenidad que desarmaba a todos, hablaba, sonreía y agradecía los gestos de afecto. Pedía que rezaran con ella y preguntaba por su familia, sin saber si habían fallecido o no.

La noticia de su lucha se difundió rápidamente, y periodistas de todo el país y del extranjero comenzaron a llegar al lugar. Las cámaras grabaron cada instante de su resistencia. Omayra, consciente de que el mundo la observaba, respondía a las entrevistas con sorprendente lucidez, aunque el agotamiento se hacía cada vez más evidente.

A medida que pasaban las horas —que se convirtieron en casi tres días de agonía—, su cuerpo empezó a mostrar los signos del sufrimiento extremo. Sus manos, sumergidas en el agua fría, se habían vuelto blancas y arrugadas; su rostro estaba hinchado y sus ojos, enrojecidos y brillantes, parecían casi negros. A veces lloraba y rezaba, otras hablaban con los rescatistas o simplemente miraba al cielo en silencio.

La multitud que se había reunido a su alrededor, impotente ante lo inevitable, intentaba consolarla con palabras de cariño. Sin embargo, llegó un momento en que Omayra, agotada y débil, les pidió con voz suave que la dejaran descansar, que quería dormir. Su resistencia física y emocional se extinguía lentamente, y con ella, la esperanza de los que la rodeaban.

Al tercer día, el agotamiento y las condiciones de su confinamiento comenzaron a cobrar un precio devastador en el cuerpo y la mente de Omayra Sánchez. Llevaba casi 60 horas atrapada en el agua helada, sin poder moverse, apenas sosteniéndose con vida. Su voz, antes firme y clara, empezó a temblar, y sus palabras se mezclaban con alucinaciones febriles. Hablaba de su escuela, preocupada por llegar tarde a clase. Aquellas frases inocentes, pronunciadas entre el barro y la muerte, desgarraban el corazón de quienes la escuchaban.

Mientras tanto, entre los periodistas que habían acudido a Colombia para documentar el desastre se encontraba el fotoperiodista francés Frank Fournier. En un principio, su misión era cubrir los efectos del desastre y el colapso de las carreteras, pero al escuchar los reportes sobre una niña atrapada sin posibilidad de rescate, decidió viajar hasta Armero. Sabía que lo que estaba ocurriendo allí no era solo una catástrofe natural, sino una tragedia humana que merecía ser contada al mundo.

Al llegar al pueblo, Fournier se encontró con un paisaje apocalíptico. Cadáveres y sobrevivientes cubiertos de barro se confundían entre los restos de lo que alguna vez fue una ciudad. Se oían gritos de auxilio, mientras los rescatistas —muchos de ellos voluntarios con herramientas improvisadas— intentaban sin descanso liberar a quienes aún respiraban. Pero el lodo era profundo, y la maquinaria pesada nunca llegó. En medio de ese infierno de agua, ceniza y silencio, Frank vio a una adolescente que parecía en calma, casi serena.

Era Omayra.


Había soportado la lluvia incesante, el frío nocturno y el peso de los escombros que la mantenían cautiva. Ahora, solo su cabeza y sus manos emergían del agua turbia, mientras su cuerpo permanecía inmóvil bajo el cemento. Fournier se acercó lentamente. La niña abría y cerraba los ojos con dificultad, luchando por mantenerse consciente. Su piel estaba pálida y sus labios, amoratados. La escena era casi irreal: una niña pequeña, rodeada de muerte, aún viva, aún mirando con esperanza.

Frank levantó su cámara y capturó una de las imágenes más icónicas y dolorosas del siglo XX: la mirada de Omayra, oscura, hinchada, pero llena de humanidad. Esa fotografía, tomada poco antes de su muerte, mostraría al mundo no solo la tragedia de una niña, sino la indiferencia de un sistema que la había abandonado.

Eran las 10 de la mañana del 16 de noviembre de 1985 cuando su cuerpo, exhausto, cedió finalmente ante el frío y la infección. Se inclinó hacia atrás, sumergiéndose lentamente en el agua que había sido su prisión. Solo su rostro, sereno y cubierto de barro, quedó visible. Los rescatistas, con lágrimas en los ojos, la cubrieron con un mantel blanco mientras la multitud guardaba silencio.

La historia de Omayra se expandió con rapidez. La fotografía de Frank Fournier fue publicada en los principales periódicos del planeta, acompañada de una pregunta que resonó en cada rincón del mundo:
  ¿Por qué no se pudo salvar a la niña?

La respuesta fue tan trágica como evidente. Colombia carecía de recursos básicos: ni maquinaria pesada, ni herramientas de corte, ni sistemas de comunicación adecuados. En muchos lugares, los rescatistas trabajaban con las manos desnudas o con palas prestadas, mientras los heridos morían esperando ayuda. Los informes posteriores describieron el operativo de rescate como “caótico y desorganizado”, reflejo de la descoordinación institucional y de la falta de preparación ante una tragedia de tal magnitud.

En 1986, la triste fotografía de Omayra Sánchez le valió a Frank Fournier el premio World Press Photo of the Year por «capturar el evento de mayor importancia periodística»

La tragedia de Armero y la muerte de Omayra Sánchez dejaron una profunda marca en la memoria colectiva de Colombia y del mundo. Su historia trascendió la frontera del desastre y se convirtió en símbolo del sufrimiento humano ante la negligencia y la falta de preparación. Su muerte evidenció las carencias de un país que no estaba preparado para proteger a los suyos, pero también despertó una conciencia global sobre la importancia de la empatía y la prevención. Estos hechos motivaron cambios en las políticas de gestión del riesgo en Colombia.

Este desastre natural causó la muerte de unas 25,000 personas, y es considerado como el desastre volcánico más mortífero del siglo XX en Sudamérica y se convirtió en un símbolo de la ineficacia de la prevención y respuesta ante catástrofes naturales. 

 

A pesar de que muchas de las víctimas de la tragedia fueron conmemoradas, Omayra Sánchez fue, en particular, inmortalizada en poemas, novelas y piezas musicales. En el 2017 fue estrenada la película Armero, inspirada en hechos reales ocurridos durante el desastre, a modo de homenaje a las víctimas

 

Cuarenta años después, la zona es un pueblo fantasma, ahí, donde antes hubo vida, la erupción volcánica seguida de avalancha por la nieve derretida dejó un valle lleno de cadáveres humanos, animales muertos, casas destrozadas, rocas gigantes arrastradas por la furia de la naturaleza, carros volcados y árboles arrancados de raíz. El barro endurecido por el sol parece concreto, testigo de una tragedia que marcó la historia del país.

Hoy día, el sitio del antiguo Armero, que ahora es un cementerio a cielo abierto y un lugar de memoria para honrar a las víctimas de la tragedia del Nevado del Ruiz de 1985, atrae a visitantes nacionales y extranjeros, tanto turistas como familiares de las víctimas, que van a rendir homenaje. 

La fotografía de Omayra Sánchez, la niña atrapada entre el barro tras la tragedia de Armero, conmovió al mundo entero, despertando indignación, tristeza y profunda reflexión. Su rostro, sereno pese al sufrimiento, se transformó en un símbolo universal de la inocencia, la valentía y la dignidad humana frente a la desesperanza, recordando al mundo el costo del abandono y la indiferencia.